viernes, 1 de agosto de 2008

¿QUE HACEMOS MAL, PARA SEGUIR MAL?


LO PERMITIDO Y LO PROHIBIDO
II CAPITULO

El más formidable y eficaz aliado de la manipulación es el miedo. Esta emoción está presente en toda situación de conflicto, desde la más trivial hasta la más dramática.
El análisis simplista que se ensaya desde lo social lo único que hace es etiquetar las acciones de los hombres en términos de juicios de valor; si actúa a pesar del miedo, es un valiente, si se paraliza o huye, es un cobarde y si lo hace sin medir consecuencias, es un héroe.
Resultan tan importantes estas connotaciones de aprobación o desaprobación social que se deja de lado lo esencial y esto es: qué hace que un hombre sienta miedo o sea, básicamente, ¿a qué le teme?
Yendo hacia atrás en los tiempos, podemos afirmar que el miedo más ancestral de la criatura humana es el temor al desamparo y que la reiteración de esta emoción hace crecer el peor de todos los sentimientos; la incertidumbre.
Precisamente la enajenación social se nutre constantemente en estas fuentes; el hombre no se detiene a pensar racionalmente en estas cuestiones y cuando lo hace sólo alcanza a “ver,” lo que está en la superficie, por lo tanto nunca puede completar su análisis. Esto se ve reflejado en el tipo de medida que adopta cuando cree haber llegado al límite de la tolerancia, de una situación. Podrá entonces implorar a Dios lo libere de la desgracia que lo aqueja o arremeter en conjunto con otros en contra del régimen de un gobierno opresor.
Por un lado se declara incompetente para resolver el problema y por el otro, lo único que busca es la conquista del poder. En ningún momento reconoce que en su mayoría tales circunstancias son el producto de sus propias acciones.
En apariencia estos hechos no muestran tener relación entre si, sin embargo en el fondo responden a un común denominador. Tomando como punto de partida la revolución francesa hasta nuestro días, la historia se ha encargado de relatar acontecimientos similares; la revolución rusa, la china, la española, la cubana; todas y cada una de ellas con igual resultado, cambiar un gobierno por otro igual o más despótico.
El mismo mecanismo pero en sentido contrario nos lleva al otro extremo de la misma cosa, de la omnipotencia pasamos a la impotencia, pidiendo a Dios que nos salve.
Sería prudente preguntarse ¿por qué no lo hace?
En una nota que Agustina Roca le realiza a la escritora Rosa Montero, me encontré de pronto con uno de los pensamientos más lúcidos respecto de la realidad contemporánea:
“Todos nosotros buscamos trucos y recursos, hay gente que se dedica al poder, otros tienen una respuesta mística o humanística a través de la ciencia o el arte. En realidad, todas ellas no son mas que formas de aguantar.” Conmovida por la desilusión provocada por el gobierno de Felipe González y los socialistas cuando la esperanza se derrumbó al destaparse los casos de corrupción del PSOE. “Ha sido una amargura espantosa- se queja- descubrir que nada era verdad y que la gente con la que tratas y a la que respetas, miente de manera atroz. Robos, manipulaciones desaforadas, estafas. ¡Todo esto apesta, es una cloaca!”. Sigue la nota, esta pérdida, por llamarla de alguna manera, de la inocencia de la escritora se refleja en su libro “La hija del Caníbal.” Ella sostiene la teoría que “hay siempre una minoría de malvados, terroríficos y otra minoría de gente ética que se mantiene íntegra, aún en momentos caóticos. En el medio navega la inmensa mayoría, que inicia su rumbo con buenas intenciones, pero luego inclinará su balanza hacia el lado que gire el entorno: si en el ambiente social reina la corrupción, se corromperá mas – si por el contrario- el ambiente es sano, avanzará”.
Estos conceptos son tan reales que bien podemos expresarlos en términos estrictamente psicológicos, definiendo a esa masa mayoritaria como “Adaptados Sumisos”, los que en la jerga popular son reconocidos con el mote de “Paños Fríos o Amorfos". A esta masa nos referimos toda vez que hacemos mención al término “omisión”. No hacer nada, dejarse llevar, ser complacientes, no son más que sinónimos.
Andar corriendo de un extremo a otro, es evidente que no ha modificado ninguna situación de fondo, aún por resolver. Este ir y venir, esta ambigüedad social llegó en algún momento a molestarme tanto, que decidí buscar los porqué y las respuestas que hallé sin duda nos involucran a todos los humanos.
Tanto las mujeres como los hombres, todos hemos sido socializados para desarrollar determinadas áreas de nuestra personalidad, al mismo tiempo que hará sofocar el desarrollo de otras partes. Esta programación promueve un modo de comportarnos en la vida que es predeterminado, esculpido en nuestro ser y reiterativo. Esta “variedad casera”, trivial de papeles a actuar invade cada fibra de nuestra vida, día tras día.
Las definiciones de esos papeles son, desde su primer día de vida, intensamente adaptadas al medio social de los niños y estas mismas definiciones son constantemente reforzadas en el transcurso de nuestras vidas.
Todos nosotros nos encontramos al nacer con un gobierno instalado y determinadas creencias dogmáticas; las agrupaciones humanas siempre se han organizado alrededor de alguien al que se creyó superior -lo más probable es que al igual que los animales el grupo primitivo respondiera a uno de sus componentes, a causa de su fuerza física. Esta subordinación al líder sería entonces el primer concepto de gobierno que se conoce. Del mismo modo antes, durante o después pudo haber surgido un poder paralelo mencionado al principio de este escrito, el del brujo.
De este modo aparecía el dogma. Las raíces de estas formas de conducta provienen de una situación de dependencia muy arcaica que experimenta el hombre en sus primeros estadios de vida.
Todo indicio de amor de parte del adulto, que es más poderoso, tiene en ese momento el mismo efecto que el suministro de leche tuvo para el lactante. El niño pierde autoestima cuando pierde amor y lo logra cuando recupera amor. Su necesidad de cariño es tan grande que están dispuestos a renunciar a las demás satisfacciones, si hay una promesa de cariño como recompensa o si se les amenaza de retirar estos suministros si la condición no se cumple son las armas de que se vale toda autoridad.
Pero, dado que, como sucede en todo acaecer psíquico, lo antiguo y primitivo perdura debajo de lo nuevo, parte de las relaciones interpersonales sigue estando regida por las necesidades de autoestima.
Donde mejor se puede percibir esto, es en las personas que necesitan suministros narcisísticos del exterior para mantener su autoestima. Pueden distinguirse dos tipos:
Hay sujetos agresivos que quieren procurarse por la fuerza las cosas esenciales que el malvado mundo externo se niega a conceder, y hay otros que quieren evitar el uso de la fuerza, tratando de conseguir los suministros esenciales por la sumisión y la demostración de sufrimiento. Muchos hay que ensayan simultáneamente ambos métodos.

Tomando como base lo expuesto, podemos deducir que los gobiernos y los dogmas son en esencia la continuidad de lo que en un principio fue la función del Padre, que ambos están constituidos fundamentalmente por preceptos, una suerte de premios y castigos que favorecen a quienes cumplen y condenan a quienes se rebelan, independientemente del tipo de sistema vigente o de la creencia que se sostiene.
Estos conceptos tan arraigados le han permitido al hombre ensayar otros sistemas de gobierno y negar principios fundamentales del dogma sostenidos por los reformistas logrando solamente cambiar de instrumentos para seguir ejecutando la misma melodía.

Lo que se ha hecho hasta ahora, es una suerte de gatopardismo en donde se dice cambiar todo, aunque en realidad no se cambia nada. Mientras se continúe creyendo que los seres humanos necesitamos imprescindiblemente estar sujetos al arbitrio de cualquier tipo de gobierno y a someternos por temor a cualquier tipo de dogma religioso, seguramente nada va a cambiar en nuestro favor.