martes, 20 de enero de 2009

¿QUE HACEMOS MAL, PARA SEGUIR MAL?

LA TRANSFERENCIA
“Si queréis conocer el carácter de un hombre, otorgadle poder”
Abraham Lincoln
CAPITULO VIII


La transferencia de poder de un hombre a otro hombre se ha dado y se continúa dando dentro de distintos marcos de circunstancias.
Países como Inglaterra, Holanda, España y Francia (por tomar algunos como ejemplos) fueron protagonistas históricos del llamado “colonialismo” adueñándose de países enteros sojuzgando a sus ocupantes, legítimos dueños de esos territorios. Lo hicieron en nombre del rey o de la reina de turno.
El infame comercio de esclavos ejercido hasta el siglo pasado al sur de EE.UU. constituye uno de los más aberrantes actos de explotación conocidos.
El siglo xx. sin embargo fue determinante en su carrera involutiva destacándose la mayor muestra del horror en la figura del holocausto.

Nuestro país no es ajeno a similares o análogos horrores sociales. La figura del esclavo está presente en los talleres que a diario se descubren, en donde hombres y mujeres son obligados a trabajar diecisiete horas diarias por una remuneración paupérrima, hacinadas en sótanos y con el lecho a un costado de su máquina.
Los malos tratos a los niños se ha convertido en una epidemia y constituyen la causa principal de las hospitalizaciones en la infancia. No es infrecuente oir de padres que han golpeado a sus hijos hasta dejarlos imbéciles, ciegos, que les han quemado con cigarrillos, que los han escaldado en agua hirviendo, que los han abandonado a su suerte en algún basural o un descampado, recién nacidos o que han cometido toda clase de crímenes atroces.
Las crónicas diarias nos estremecen con las imágenes televisivas mostrando ancianos asaltados en sus propios domicilios y torturados por una delincuencia sin códigos, a veces hasta matarlos en búsqueda de sus ahorros.
Estos hechos singulares forman parte de un muestrario más amplio conformado por cientos de miles de niños, adultos y ancianos condenados por la desnutrición que viven en un país que produce cien veces más la cantidad de alimentos que el número total de sus habitantes.

Aunque por mi edad ya no debería verme conmocionado ante tales hechos, me siguen dejando continuamente asombrado. Resulta difícil comprender por qué, ante una elección entre la dicha y la desesperación, la gente sigue eligiendo tan a menudo desesperarse.

Mis experiencias diarias me relacionan con individuos que parecen por completo carentes de vida y terriblemente apáticos y lo más perturbador de todo, es su completa falta de respeto hacia su condición de persona.
La mayoría de ellos se desagradan a sí mismos y donde están y elegirían si pudiesen ser otra persona y hallarse en distinto lugar. Se muestran suspicaces, respecto a los demás, así como esquivos hacia su propio ser, al que mantienen firmemente enterrado, aunque sean penosamente conscientes de su presencia. Temen los riesgos, carecen de fe y se mofan de la esperanza como si constituyese un desatino romántico.
Parecen preferir vivir en constante ansiedad, miedo y lamentaciones. Están demasiado asustados como para vivir en el presente y se hallan del todo desvastados por el pasado; son demasiado cínicos para mostrar confianza y demasiado suspicaces para amar.
Murmuran negativas y amargas acusaciones y echan la culpa a un inclemente Dios, a unos padres neuróticos o una podrida sociedad por haberlos colocado en un desesperante infierno en el que se sienten inermes.

No son conscientes o no se muestran deseosos de aceptar su potencial y se refugian en sus propias limitaciones.
La mayoría de ellos matan el tiempo, como si les fuera a durar siempre y jamás parecen buscar soluciones constructivas para su miserable situación sólo pretenden vivir lo menos dolorosamente posible. Les preocupa poco su estilo de vida o su realización personal.
Se dedican a vagas especulaciones referentes a la vida posterior a la reencarnación y a la nueva disposición de las energías, con lo que ignoran la realidad esencial: que están vivos hoy; que tienen una vida que vivir ahora; que, sean lo que sean ello no constituye nada mas que la base con la que tendrán que trabajar para convertirse en los seres que serán mañana; que pueden, en cualquier momento, volver a nacer y reorganizar sus existencias para vivir con paz, dicha y amor.

Vivimos en un sistema político que se enorgullece de su inteligente actitud y dedicación a la paz universal ya la libertad, premisas sólo empleadas para ornamentar un discurso ya que no somos más pacíficos, libres de prejuicios o antimilitaristas que los sistemas políticos que tememos y condenamos.
También nosotros hemos desempeñado una parte activa en el siglo más sangriento de la historia conocida.
El estudio de la historia religiosa no ha llegado a conclusiones más optimistas o positivas. Encontramos un vasto número de individuos que se han sentido abandonados y enajenados de Dios y de sus iglesias, así como masas de mal encaminados fanáticos que han conseguido presentar la apatía, el odio, el prejuicio, el miedo, la violencia e incluso el asesinato en masa, como si todo ello fuese la voluntad de Dios.

A partir de esta deprimente perspectiva histórica de los seres humanos y de las instituciones que han creado, no resulta sorprendente que debamos buscar agentes fuera de nosotros mismos para hallar alguna esperanza en el futuro.
Transferir el poder a otros es el juego, es el modo mediante el cual creemos zafar de la responsabilidad.
Si estudiáramos con atención la conducta descubriríamos, por lo general, que la impotencia emocional, la apatía, la falta de comprensión y la resistencia al cambio que observamos en los demás también son propias de nosotros. Nosotros somos ellos. Creamos nuestra trampa privada y nos negamos a admitir que las tenemos nosotros mismos.

Cuando las cosas no se hacen, es que nosotros no las hemos hecho; cuando existe una incomprensión, también es nuestra; cuando nos encontramos en un estado de dolor emocional o tensión, somos nosotros quienes hemos elegido estar así. Si no nos convertimos en todo lo que somos, es que no estamos cambiando y porque nosotros, además, debemos sufrir nuestro propio no ser.
Nuestros representantes no pueden enseñarnos o cambiarnos, sólo nosotros podemos hacerlo. Las instituciones no pueden brindarnos paz, seguridad o alegría; esas sensaciones son únicamente nuestras (el mundo del miedo, de la alegría o las lágrimas, es un mundo muy privado y personal)."ellos" no pueden hacer que nos realicemos. Sólo cada uno de nosotros podemos forzarnos a nosotros mismos y empezar de nuevo.
Debemos cesar de echar la culpa a los demás y asumir la plena responsabilidad de crear nuestras propias vidas.
“EL MESIAS”
Jesús de Nazareth – El Redentor- El Hijo de Dios.

CAPITULO VII

La historia de su vida habrá de ser escrita algunos años después de su muerte, aproximadamente entre los años 50 al 95. En el transcurso del tiempo muchos hombres se plantearon de una u otra manera la misma pregunta, ¿Quién es este Jesús, de quien tanto se habla, a quien tanta gente sigue aún después de tantos siglos que se verificó su existencia histórica, que suscita tantos odios, tantos enconos y tanto amor?”
Párrafo extraído del libro “Yo soy la verdad”, escrito por Delcuve, Buys S.J y Labarca., de la colección Lumen Vital, manuales de instrucción religiosa compuesta por profesores de la compañía de Jesús, Ediciones Ágape, Bs.As. 1965.

Sin duda las singulares propuestas de Jesús formuladas en su época provocaron asombro y rechazo. Asombro para aquellas mayorías que subsistían sumergidas en la miseria y la ignorancia; rechazo por las minorías que ostentaban la riqueza y el poder.
La atención que dispensaba a los pobres y desamparados contrastaba con el desprecio que decía sentir por los ricos. Hoy en día esa diferencia se la conoce como la injusta distribución de las riquezas.
Los conceptos innovadores de Jesús que más fueron resistidos y combatidos, fueron aquellos referidos a la solidaridad -término que obliga a las personas: a adherirse o asociarse a las causas, empresas u opiniones de otras- podría agregarse, a las necesidades de otras.
Este precepto está presente en la propuesta cristiana “Amaos los unos a los otros.”

Sería atinado detenernos en esta cuestión y empezar a preguntarnos porqué después de dos mil años, este fundamento benigno se halla cada vez más lejos de consolidarse entre los humanos.
Retomando la versión del libro mencionado dice al respecto: Jesús fue un ser de carne y hueso que se situó en un punto del espacio y del tiempo bien determinado. Realizó la trayectoria de su existencia desde su nacimiento hasta su muerte, en Palestina hace dos mil años, dominado por el imperio romano.
En ese transcurso vivió oculto durante años y en los tres restantes habló –dijo traer un mensaje de parte de su padre, fue acosado por sus compatriotas y finalmente condenado como infractor de las leyes a la pena capital. Luego aseguraron algunos testigos que realizó una hazaña nunca vista; volver a la vida, ser visto por muchas personas y desaparecer finalmente hacia lo alto.
En resumen: Jesús fue una personalidad histórica bien definida que creó un tipo de religión muy exigente (ordenó amar al enemigo), cuyos adeptos, aún hoy día dice adecuar su manera de vivir conforme a directivas transmitidas en unos libros llamados Evangelios.
De Jesús quedan sus palabras, sus hechos, sus gestos que nos han narrado diversos testigos oculares. Según los relatos bíblicos Jesús se presenta ante sus pares humanos como el hijo de Dios y portador de la palabra de su Padre.

De ser esto verdad, ¿Cómo se explican los resultados obtenidos? Sin duda algo falló, ¿Acaso el mismo Dios cometió el error?

El orden planetario y el milagro de la vida atribuidos al creador invalidan estas hipótesis, por lo tanto, parecería ser que la dirección correcta apunta a la responsabilidad del hombre.
De lo que más se lamenta el ser humano es la falta de un ordenamiento social que le permita coexistir en paz y armonía. Incapaz de resolver esta situación continúa aferrado a la idea del “no puedo”, por eso suplica, reza e implora, renunciando a su condición de haber sido dotado de inteligencia y voluntad.
Lo más notable es que en otras áreas del conocimiento el hombre no aplica el mismo criterio, el terreno de la ciencia y la tecnología son muestras indiscutibles de la otra cara de la misma moneda.
A medida que se rodea de nuevos productos que le proporcionan bienestar, paradojalmente el acceso a los mismos, le abre las puertas del eterno conflicto; el hecho cierto que las posibilidades no están al alcance de todos.
Esta situación no resuelta se la pretende justificar con las diferencias de clases, lo que se oculta es la diferencia de oportunidades, que existe entre la gente.
No me estoy refiriendo a suntuarios, sino a los miles de millones de personas que no alcanzan a cubrir ni siquiera sus necesidades básicas.

El precepto cristiano subraya esta realidad: “Pero yo os digo a vosotros que me escucháis: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian .Al que te hiere en una mejilla ofrécele la otra y a quien te tome el manto no le impidas tomar la túnica: da a todo al que te pida y no reclames de quien toma lo tuyo. Tratad a los hombres de la manera en que vosotros queréis ser de ellos tratados”. San Lucas 6:27-31

Estas propuestas contenidas en las sagradas escrituras bíblicas no resisten el menor análisis racional, en todo caso y sin mayor esfuerzo se puede afirmar que la adopción de cualquier a de ellas nos convertiría en súbditos de la injusticia. .

¿Quién puede entonces afirmar que ésta es la palabra de Dios?