lunes, 6 de octubre de 2008

¿QUE HACEMOS MAL, PARA SEGUIR MAL?

TRATA MÁS
IV CAPITULO

Las novedades aportadas por la ciencia y la tecnología realimentan día a día nuestra capacidad de asombro. La medicina logra éxitos asombrosos en terrenos hasta hace muy poco tiempo insospechados proporcionando al hombre la posibilidad de vivir mayor cantidad de años con una mejor calidad de vida. Las comunicaciones se han perfeccionado a tal punto que ningún lugar del planeta queda fuera de la posibilidad de establecer contacto. Los medios de transporte nos trasladan de un punto a otro del mundo sin inconveniente con rapidez y comodidad.
Todos esos logros puestos al servicio del hombre contrastan con otros que han proliferado como el mercado de estupefacientes y la creación cada vez mas sofisticada de armas de destrucción masiva. Estos “PRODUCTOS” más allá de haber sido elaborados con propósitos diferentes, tienen algo en común y es su modernización, o sea han logrado alcanzar un grado mayor de perfeccionamiento en la función para la cual fueron previstas.

En cuanto a lo que respecta a la organización de las relaciones sociales humanas, lamentablemente no podemos decir lo mismo; más aún podemos afirmar que en este campo la raza humana ha involucionado en términos más que alarmante y no existe ningún indicio que señale el final de este constante deterioro.
Lo dicho no sorprende a nadie, todos y cada uno de los seres que habitamos este planeta, conoce esta paradoja y tal parece nadie se anima a resolverla.
Las razones o los motivos de que esto sea así son innumerables y esta obra no pretende analizarlos todos, ni siquiera la mayoría; eso no significa que no esté dispuesto a avanzar en esa dirección proponiendo un enfoque simple pero muy poco explorado.

Así es que se destaca que la ciencia y la tecnología se hallan en un plano de avanzada sea para beneficio del hombre o para destruirlo; y esto sucede porque forman parte de los “productos” que se cotizan en el mercado para su compra o venta.
La elaboración de estos bienes de consumo tiene cabida dentro del sistema y cuentan siempre con mecenas apropiados para su permanente desarrollo.

Otra cosa muy distinta es pretender avanzar en alcanzar una organización social que favorezca a todos los humanos, simplemente porque ello va en contra de los dueños del sistema que se nutren precisamente de la desigualdad creada artificialmente. Las reglas de juego establecidas son cada vez más rígidas con límites imposibles de transponer a tal punto que de intentarlo podría llegar a costarle la vida.
Está terminantemente prohibido cuestionar el dogma, porque es sagrado y no debo poner en duda el valor de los representantes políticos, porque quebranto la ley que los legaliza. Precisamente es en este punto donde los representantes de la religión y los del gobierno muestran las bases en común que los justifica y los sostiene en el poder.
Deben recurrir a mí, dice el sacerdote, porque yo soy el representante de Dios en la tierra. Pídanme a mí, dice el gobierno, yo mediaré sus necesidades ante el sistema. En la mayoría de los casos estas peticiones no son satisfechas, ni por Dios ni por el sistema, sin embargo y en lugar de tomar en cuenta esto último seguimos insistiendo, tratando y tratando, y lo seguiremos haciendo mientras juguemos a estúpidos, permitiendo que un puñado de seudos iluminados nos indique el camino a recorrer.

En tanto, mirando al cielo busquemos la misericordia de Dios o el milagro de los santos y las vírgenes, en lugar de pensar que ese poder está dentro de nosotros mismos, y que en verdad, Dios lo puso allí para ser utilizado.
Estoy convencido que nada tenemos que pedirle a Dios, más de lo que nos fue concedido por El. Del mismo modo creo que debemos prestarnos la ayuda que necesitemos entre los hombres, en un constante dar y recibir solidario.

Para que esto sea posible es imprescindible elaborar un sistema que asiente sus bases en la solidaridad y que los derechos y los deberes humanos, no sea un simple enunciado.
Que todos y cada uno de nosotros pueda tener acceso directo a esa construcción sin ninguna ley que prohíba el aporte de cualquier humano y la decisión final, siempre dada por el consenso de todos. Este sistema deberá ser lo suficientemente potente para conciliar las diferencias.
Deténgase unos instantes y piense que cada humano es único e irrepetible, por lo tanto todos somos distintos en el carácter, en el temperamento, súmele a esto, las aptitudes, las condiciones, ambiciones, expectativas, inteligencia, gustos. Piense también que esta es una realidad natural y por lo tanto digna de respeto.
Agregar a todo esto la diferencia entre mayorías y minorías, aparece como un invento perverso, que sólo tiene la intención de someter al hombre a un sistema, en lugar de adaptar un sistema apropiado para él.
Este disparate perpetuado a través de los tiempos lo único que ha dado por resultado, es la enajenación humana, privilegiando a unos pocos y marginando al resto. Insistir en lo mismo, es como “querer salir de un pozo tirándose de los pelos.”
En caso de creer que esta conclusión a la que arribo es apresurada y le quedan algunas dudas al respecto o directamente piense que son simples especulaciones, lo invito a que trate de rebatir lo que propondré a continuación.

¿Sabe usted que básicamente estamos vivos gracias al concepto solidario que obra en todos nosotros? Trate sino de explicarse, como es que se enlazan los sistemas y aparatos que conforman nuestra anatomía determinando un cuerpo físico autónomo; extienda ahora la idea a todo el universo.
Podemos deducir que las enfermedades y la muerte no son más que una falla, un error o una interrupción en la cadena solidaria. Del mismo modo podemos concluir que la diversificación de lo que sea no es el problema sino como logramos conciliar armónicamente tales diferencias. Este atributo divino compartido por toda la raza humana ni siquiera tenemos que decidirlo; sólo basta con asumirlo pues es el primero de los principios que hacen posible el sentimiento de identidad.

Tener identidad está referido a dar respuesta a la pregunta ¿Quién soy? Lo cual no es otra cosa que un sentimiento de ser una unidad autónoma, independiente de la situación en que nos hallemos, la actividad que ejerzamos o al grupo a que pertenezcamos.
Tener identidad significa poseer un núcleo absoluto que define lo que es bueno para el ser propio. La identidad no puede adquirirse sin vínculos con personas o sin experiencia humana en una variedad de situaciones.
Tener identidad se refiere a tu estado de responsabilidad en primer término hacia ti mismo, lo que te obliga a ocuparte por tu propio bienestar y crecimiento y evitar todo lo que vaya en detrimento de tu cuerpo y tu alma: implica tu capacidad de comprometerte en objetivos a largo plazo que te permitan reducir al mínimo las actividades emprendidas por razones de oportunidad o aburrimiento. Por eso cuando sepas a que medio perteneces, en quien puedes confiar, quien te ama, que es lo que debes aprender y quien te ayudará cuando te encuentres en dificultades, será señal que habrás adquirido el sentimiento de tu identidad.