En el principio creó el cielo y la tierra
La tierra empero estaba informe y vacía, y las
Tinieblas cubrían la superficie del abismo:
Y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas,
Dijo, pues, Dios: sea hecha la luz
Y la luz quedó hecha.
Esta historia comenzó hace miles de años en el preciso instante en que una criatura viviente humana, se diferenció del resto.
Hasta ese momento sólo sentía inquietudes y de pronto su mente bosqueja la primera pregunta, ¿qué es esto? Es posible que este planteo haya ocurrido al presenciar un fenómeno celeste: el sol, la luna, el resplandor del rayo, el sonido de un trueno o la misma lluvia.
¿La inquietud predominante?, el miedo a lo desconocido. ¿La pregunta? El primer vestigio de racionalidad.
El miedo, era sin embargo una emoción que ya estaba instalada desde siempre en todos y cada uno de los humanos y los animales, fundamentalmente a la fuerza física de otros más grandes o más feroces.
En la actualidad algunos de estos temores han sido superados en parte. Sabemos del sol, la luna, el rayo y la lluvia, la razón de su existencia y la función que cumplen.
Tememos aun los desbordes naturales que producen catástrofes sobre las cuales no tenemos ningún control.
Del mismo modo ocurre con los miedos inherentes a la fuerza física, ahora reemplazado por armas más potentes y más destructivas. Sin embargo existe una sensibilidad general a las emociones que varía de una persona a otra, así es que
“los bienes y los males que nos llegan no nos tocan por su fuerza, sino según nuestra sensibilidad”.
En consecuencia, la emotividad es una noción totalmente relativa. La importancia de los acontecimientos o la futilidad de las causas no son objetivos, dependen de la opinión de quien los experimente.
Seguramente el hecho que algún miembro del grupo primitivo no haya mostrado la misma reacción que el resto frente a los fenómenos mencionados mas arriba debió ser motivo de curiosidad y porqué no de admiración en sus pares. Admirar a alguien significa reconocerle cualidades que causan sorpresa, asombro o placer a la vista o consideración de algo extraordinario, inesperado o muy notable.
De allí a adjudicarle algún poder hay sólo un paso. En los grupos humanos este fenómeno es constante, siempre hay alguien que se destaca en este sentido. No es difícil deducir que existió un primer “alguien”, con esas características que en épocas remotas de la humanidad haya decidido diferenciarse del grupo y capitalizar el miedo de los otros en beneficio propio. Es muy probable tal vez que en ese instante haya surgido el personaje del “brujo” al que se le atribuía la capacidad de hacer cosas extraordinarias, poder establecer un pacto con lo sobrenatural constituyéndose en un canal de transferencia, entre lo humano, lo divino y lo diabólico.
Este presupuesto histórico referencial tiene el propósito de echar las bases de una conducta atávica propia de los humanos, la que aún persiste en el aquí y ahora me refiero a que la condición de “brujo” ponía al individuo en cuestión, por encima del resto de sus congéneres en términos de poder.
De aquí en adelante me propongo hacer hincapié en la procedencia de lo que se conoce con el nombre de “poder” y en la legitimidad de quien lo ostenta, definiéndolo como, “la capacidad de hacer, que la gente haga algo”.
Desde los tiempos más remotos parece ser que las religiones y la política han obtenido poder mediante la transferencia del mismo. Este hábito perpetuado a través de los siglos permanece intacto en nuestros días a pesar de ser el mas absurdo de todos los tiempos; y afirmo esto a cuento que en nombre de la religión y de la política, la raza humana llevó adelante todo tipo de perversiones imaginables contando para ello con la anuencia de todos sus componentes, responsables por acción u omisión del futuro cada vez mas incierto del planeta.
Basta recorrer la historia para saber que esto es así, sin embargo el hombre persiste en su estupidez y no aprende de la experiencia.
La figura fantástica del Mesías está presente hoy como lo estuvo siglos atrás en la promesa que será él, quien nos redimirá.
Uno de ellos hace dos milenios dijo ser ese Mesías, sus compatriotas lo repudiaron y lo entregaron al poder de turno para que lo asesinaran. Lo que viene después de la muerte de Jesús y a pesar que se sostiene lo contrario, no agrega nada nuevo en lo que a las relaciones humanas se pretende afirmar.
Al comparar la conducta del hombre actual con el de allá y entonces se puede deducir, que la doctrina cristiana no es otra cosa que una simple expresión de deseos enunciada por mil millones de creyentes y sostenida por un puñado de dirigentes que dicen ser sus representantes. Estos personajes se las arreglan para elaborar los llamados misterios de la fe: la santísima trinidad y el espíritu santo declarando sagradas las escrituras evangélicas.
Raspando apenas la superficie se nota que no existe diferencia estructural en el armado de los poderes: todos sin excepción se constituyen mediante la transferencia. De este mismo modo surgieron los faraones, los emperadores, los reyes, hasta llegar a nuestra época con los presidentes. Es evidente que ninguno de ellos poseía realmente ningún poder mas allá del que otros le atribuían.
Este pequeño gran detalle notablemente pasa desapercibido en la casi totalidad de los hombres que habitaron el planeta y resulta ser la base de nuestras desgracias.
Al respecto dice Freud “En lo mas profunda subjetividad del individuo reencontramos las determinaciones del sistema”.Esta tendencia colectiva posee connotaciones paradojales muy patológicas que comprometen básicamente las relaciones entre los humanos. Negamos el poder que poseemos innatamente y nos subordinamos a aquel a quien le adjudicamos ese poder; sea este un monarca o un presidente. Lo que no queda claro es que ese acto no es otra cosa que la imposición de un precepto al encargar, encomendar a alguien una cosa poniéndola a su cuidado.
Así es que el mandatario se compromete a llevar adelante una misión ordenada por el o los mandantes.
La elección del mandatario ha experimentado, algunos cambios a través de los tiempos y digo algunos porque en realidad son meramente formales: desde la asunción por dinastía de los reyes hasta el sufragio democrático actual, lo que sigue ausente, es el consenso. Tanto sea en un régimen como en el otro siempre existe alguien que no está de acuerdo con el candidato, por lo tanto ese poder absoluto es en realidad un poder relativo sujeto a controversias. Tal situación es tan evidente en estos tiempos que nadie duda, el escaso o casi nulo poder ejercido por los gobiernos frente a las poderosas minorías que imponen el modelo a seguir, según sea el país en donde estén operando.
Bajo estas condiciones invariables el ciudadano común insiste una y otra vez, al renovar periódicamente gobierno tras gobierno sin poder alcanzar nunca la elaboración de un sistema que contemple la equitativa distribución de la riqueza.
De aplicarse la reflexión de Albert Einstein “Hacer siempre lo mismo esperando lograr algo distinto”, dejaría de repetir esa estúpida obstinación. En su lugar sólo se escuchan lamentaciones y protestas: “este es un sistema perverso”, “la culpa de todos nuestros males la tiene el imperialismo”, etc., etc.
Se ha llegado a tal punto de desesperación colectiva que ya no bastan los pre-candidatos propuestos por los denominados partidos políticos, ahora cualquier individuo puede competir en la contienda electoral, desde actores, vedettes y deportistas hasta clérigos; la única condición es que sean populares, y se afirma que tienen carisma, que son iluminados y que poseen capacidad de gestión. Atributos que los ponen por encima de los demás cuando una mayoría de admiradores se encargan de entronizar, aún cuando el resto no lo comparta. Esto sucede, según se entiende bajo el régimen del más moderno sistema en vigencia: el democrático.
Vengan de donde vengan, transcurrido un tiempo, inexorablemente, se produce un deterioro en la popularidad de los funcionarios electos por mayoría y de la admiración se pasa al desprecio, la ilusión se desvanece y de lo que ayer fueron alabanzas, hoy son acusaciones.
Lo que no se reconoce es que en realidad, la corrupción, la impunidad, la inseguridad y la miseria en ningún momento dejaron de estar presentes. Que las medidas que se implementaron para distribuir las riquezas que produce el país, nada tenían que ver con las promesas electorales y que la versión del aumento del PBI y de las reservas, a los únicos que favoreció es a los de siempre cumpliéndose una vez mas, que los ricos se volvieron mas ricos y los pobres, mas pobres.
A la esperanza en estado de coma, es de suponer se la podría mejorar buscando y aplicando nuevas medidas de organización social, lo cual no es posible sencillamente porque no se analizan las verdaderas causas que la llevan a ese estado. A tal punto esto es así, que sucedería lo mismo si todos y cada uno de los miembros de un gobierno fueran dueños de la más intachable intencionalidad puesta al servicio de una nación.
En lugar de recomenzar desde lo señalado, la opción a seguir siempre es la misma. Parte de la mayoría se pliega a la oposición y los que antes eran menos de pronto son más.
Llegado a este estado de cosas, según se estila nos predispone para el próximo ciclo a repetir la misma secuencia del que podemos adelantar deductivamente el resultado: un nuevo fracaso.
Ex profeso he evitado entrar en detalles al respecto de casos puntuales, de lo señalado más arriba, me refiero a la corrupción, impunidad, miseria, inseguridad, etc. No es el propósito de este escrito convertirse en un denunciante más de los que existen. Basta encender la televisión en los horarios de los noticieros o la radio sintonizando programas con evidentes tendencias opositoras para tener una idea mucho mas acabada de lo que pueda suponerse desde aquí.
En cambio me propongo poner de relieve lo que a mi entender no se tiene en cuenta y es que el error está en seguir creyendo que cambiando los hombres van a mejorar los resultados.
Lo que en realidad debe cambiarse son los instrumentos que conforman al sistema y que estos sean funcionales a los resultados que se pretenden obtener.
Esperar que un puñado de hombres modifique “lo establecido,” durante el período de su mandato es definitivamente una idea descabellada. Es algo así como poner al carro delante del caballo.
Por esta razón propongo desde aquí, primero determinar el sistema y luego servirnos de el. Hacer lo contrario revela el desconocimiento que se tiene al respeto de la naturaleza humana y como ha logrado avanzar en otras áreas obteniendo resultados asombrosos.
En este sentido, no hemos avanzado ni un palmo, estamos en iguales condiciones de relación social como lo estuvo el primer grupo primitivo de millones años atrás. Poder viajar en automóvil, cubrir nuestro cuerpo con ropas de marca y comunicarnos a través de teléfonos celulares, no hace la diferencia. Todo lo señalado y muchas cosas mas son sólo accesorios elaborados por las artes, los oficios y la ciencia, no alcanzan a cubrir el vacío interior del humano; vacío de contenido social.
Detenernos para dilucidar esta paradoja será sin duda el acto más racional que se espera del hombre, preguntémonos, entonces, una vez más; ¿porqué esto es así? Y seguramente hallaremos la respuesta.